Y, finalmente, llega el día en que todo se
desmorona. En el que tenés tanta soledad en el alma que si te falta uno más ya
no entra nadie más, como decía Macedonio Fernández. Y se trata de una soledad desolada
y nada concurrida, sin el santuario de la nostalgia, con rostros de nadie y con
adioses de hace tiempo.
Y, finalmente, llega el día de la derrota más
absoluta, más temida, más anunciada. Llega el día, o la noche, perdón, en que
te quedás solo, absolutamente solo, y nadie te acompaña ya ni en tu
desesperación ni en tu soledad. Y devenís apenas en los restos de lo que fuiste
alguna vez. Mirás tu reloj, tus manos agrietadas por el paso de los años, y te
das cuenta que ya todo empieza a morir. Que todo tiene gusto a pan mustio. A
humareda mojada.
Domingo a la noche. Los chicos no quieren ir a
comer hamburguesas. Quieren volver rápido a la casa de la flaca. La llamo, le
explico. Le digo que ni siquiera quieren ir a Mc Donald´s, que se los llevo
antes. Intenta una excusa, protesta, pero acepta: “Ta bien, ta bien, traelos”.
Y me nombra. Es decir. Pronuncia mi nombre completo. Cargo a los pibes en el
auto y enfilo para mi vieja casa. A Martín le da por leer todos los carteles
luminosos como un autómata. Y a Draculita por jugar al reloj telefónico y
repite sin cesar: “20 horas, 16 minutos, 30 segundos, pi pi pi, 20 horas, 16 minutos, 40 segundos, pi pi pi,
20 horas, 16 minutos, 50 segundos, pi pi pi”. Y yo siento que entre los dos me
van a hacer estallar la cabeza como en aquella vieja película Scanners, de
David Cronenberg.
Llegamos. Le sonrío inocente a la flaca. Mi
mira con cierta tristeza. Saluda a los chicos con todo el amor que les tiene y
los manda adentro. No me da un beso. Y cierra la puerta. Quedamos frente a frente
en la vereda. Se produce un silencio molesto. Baja la mirada, y chista bajito.
-Nada, que te lo quiero decir yo, antes que te
enteres por los chicos o por alguien más…
Terminó de pronunciar la palabra “más” y yo
sentí que todos los muertos de mi pasado me arrancaban el pecho con sus dientes
desafilados. Me llevé la mano derecha a la nuca, me arañé, sentí que la congoja
me asaltaba la boca, que se me erizaba la piel, que tenía ganas de llorar como
cuando éramos chicos y nos perdíamos en el mercado. Me habló de él, claro, del
otro. De su nueva pareja, de que estaban muy bien y de que quería compartirlo
conmigo. La noté feliz, angustiada por el momento, pero dichosa. Mientras ella
hablaba, yo pensaba que tendría que haberme dado cuenta antes, cuando se cortó
el pelo y se dejó la melenita que le quedaba tan linda. Ella hizo un punto y
aparte y se quedó esperando mi respuesta. La miré y con mi mayor resentimiento,
le escupí:
-Me cagaste, flaca… Ahora sí que me
abandonaste… me cambiaste por un pendejo…
-Por favor, no seas así… -apeló ella- No me la
hagas más difícil… Hace más de dos años que estamos separados, ya…
La volví a mirar. Pensé en los años felices.
En los chicos. Recordé que la flaca era la mujer más entera que había conocido
en mi vida y, quizás, la que más me había querido. Ya no me quedaban ni el
rencor ni el odio para esconderme con cobardía. La miré a los ojos y le
susurré:
-Perdoname, flaca…
Ella, con los ojos llorosos, (pero radiante)
me contestó:
-Perdoname, vos… Te juro que yo soy la que menos
quiso que esto terminara así…
Menee la cabeza e hice un gesto con la cara de
“ya está, ya nada importa”. Me di vuelta y comencé a caminar hasta la parada
del colectivo. Anduve dos cuadras a pie y no tenía fuerzas ni siquiera para
quejarme de que la flaca, mi flaca, la mujer de mi vida, ahora fuera de otro
tipo. Estaba vencido como aquel que acaba de descubrir todas las verdades de
este mundo. Y no me unía al paisaje sino la solidaridad de una despedida con
todas las cosas a mí alrededor. Apoyado en el caño de la parada descubrí que ya
nunca más iba a poder ser feliz en toda mi existencia. Cuando aparecieron las
luces del bondi me di cuenta, además, que era un boludo, que me había olvidado
de que había ido en coche. Volví sobre mis pasos. Y, como era de esperar,
comenzó a caer la primera garúa fría del otoño.
Publicado en Revista Bacanal, en abril de 2013.
Uh :(
ResponderEliminarDuele
¿Que pensará la flaca si leyó esto?
ResponderEliminarUy Brienza!!!
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