sábado, 10 de diciembre de 2011

Malas señales



La primera señal de alerta la percibí un lunes frío de octubre. Fui a buscar a los pibes a la casa de la flaca y ella tenía una mirada lánguida, el cabello apenas despeinado, acomodado atrás de las orejas y cuando levanté a Fiorella sonrío y suspiró. La miré y pensé para mis adentros: “Algo le pasa, está distinta”. Temí lo peor, claro. Que su nuevo amiguito “le había hecho un pibe” y no sabía de qué manera decírmelo. Iba en el auto con los chicos, tratando de hacerme fuerte y pensaba que ya era hora de que me olvidara de mi matrimonio, que después de todo sólo quedaba la música de nuestro amor, que habíamos logrado tener una separación en buenos términos, que después de un año me había habituado a ser este perdedor solitario, empecinado, autoboicoteador, fóbico, desaxeuado, panzón, desgreñado, desordenado, abúlico, consumidor de películas medievales, capaz de encerrarme días enteros a mirar Lost, Tudor, Roma, The Game of Thrones, lector voraz de historia antigua, cuyo único deporte para dormirse las noches de insomnio es recitar una y otra vez el listado completo de emperadores romanos desde Octavio Augusto hasta Rómulo Augusto…
-Papiiii…
-Qué Fiore, ¿qué?
-No me escuchás nunca vos –protesta haciendo pucheros Draculita.
-Estoy manejando, Fiore, ¿qué pasa?
-Nada, que me parece que nos vas a tener que comprar un gato como Enzo o un perro si no…
-¿Para qué querés una mascota?
-Es que hace mucho que no viene Rocky y lo extrañamos… Y mamá está como triste y no quiere jugar con nosotros…
-Ah… -silencio imperturbable- bueno, veamos…
Definitivamente, esta vez la señal era clara. La flaca no estaba pasando un buen momento. Respiré aliviado. Seamos sinceros: Nunca deseamos que nuestras ex parejas sean más felices que nosotros. No digo que queramos verlas hundidas en el noveno círculo del infierno dantino, tampoco las pensamos viudas sufridas que estén colgadas de los momentos felices vividos juntos. Pero que nos enrostren su felicidad en la cara es demasiado. Demasiado. Por esa la fórmula ideal es: que sean apenas un poquito menos felices que uno. Y si yo seguía sin poderme levantar, no era justo que la flaca siguiera siempre resplandeciente.
La tercera señal la tuve a la semana siguiente, una noche que llevé a los pibes a nuestra ex casa. La flaca estaba con el pelo suelto con furor, con la cara despejada de maquillaje como a mí siempre me gustó, con dos aros largos, y solerito de gasa, floreado. Se me acerca, me da un beso, la huelo: el perfume que usaba cuando nos conocimos. Vuelve a sonreír, pudorosa. Se acomoda el pelo detrás de la oreja. “Querés entrar a tomar un café”, invita, mientras Fiorella se aferra a mi mano. “No puedo, tengo una reunión”, digo más por miedo que por convicción. Y ella me semblantea y concluyé: “Estás más flaco, ¿puede ser?”. Levanto los hombros como diciendo, “no sé, no me importa”, pero sí me importa y la vuelvo a besar.
La cuarta señal se produjo el domingo en que River perdió de local con Atlético Tucumán. Estábamos con Lucas, Ezequiel y Mariano en la platea media refunfuñando como zanguangos –si es que los zanguangos refunfuñan- cuando sonó mi celular. Era la flaca, claro:
-No sé, pensaba que estarías mal y quería llamarte…
-… Bueno, gracias, no sé qué decirte…
-No, nada, pensaba que si querías, hoy podías quedarte a cenar con nosotros en casa, así te va un poco la mufa…
Corto. Preocupado. “¿Pasó algo, queriiido?”, pregunta Ezequiel con ese tonito insoportablemente adorable. “Sí, me llamó, la Flaca…” Los tres me miran repentinamente, asombrados. “¿y?”, interroga Mariano. Miro el avance de Atlético Tucumán y respondo: “Creo que estamos en problemas”.

Publicado en la revista Bacanal, el mes de diciembre de 2011.