Lucas está demacrado. Ezequiel no para de reírse. Mariano
pone cara de circunstancia. La mesa está repleta de entradas. Un calefactor
repara del frío. Ellos están en la vereda de la cantina Los Amigos, en Villa
Crespo. Llego abrigado hasta los dientes por causa del frío polar.
-¿Qué pasa que tienen esas caras?
Ezequiel se ríe y lo señala a Lucas:
-Contale, contale…
Lucas hace un gesto de molestia. Mariano se rasca la cabeza
y sube los hombros y la ceja en un gesto que tiene algo de incertidumbre, un
poco de preocupación y mucho de diversión. La escena se interrumpe por los
morrones fritos, la tortilla y los buñuelos de acelga. El mozo pregunta por el
River de Ramón, no sin cierta sorna en la mirada. Y nos quedamos solos protestando
por la tardanza en ser autorizados de Mora y Teo Gutiérrez. Ezequiel se embala
y dice que no puede entender como un jugador de primera no sabe que tiene que
pasarle la pelota a otro jugador con la misma camiseta… Mariano lo interrumpe y
protesta porque hay jugadores que corren veinte metros con la pelota y la tiran
dos metros larga para que la termine tomando con facilidad el “zaguero”…
“Zaguero, dijo, el premoderno”, lo corta Lucas riéndose por primera vez en la
noche.
Se hace un silencio. Pedimos otra botella de vino tinto. Y
llega el pollo al limón, la especialidad de la casa. Un clásico. Se produce un
silencio aviar de unos minutos hasta que rompo el mutismo y pregunto:
-Bueno, dale, ¿me vas a decir qué pasó? ¿Problemas con las
elecciones?
Lucas agacha la cabeza. Parece vencido. No es el Lucas
arrogante, seguro, avasallador de siempre. En la mirada tiene un dejo de
ansiedad, la tensión constante de todo tipo que anhela. Los labios los lleva
apretados, las manos inquietas. No hay maldad en su rictus. Ha cambiado,
incluso, ese breve levantamiento del labio superior que lo hace tan
desagradable por momentos. Va a hablar y se detiene. Ezequiel lo espera
gozándolo. Lucas abre los labios y anuncia:
-Me enamoré.
Y Ezequiel vuelve a cagarse de risa incontenible. Mariano se
ríe nervioso. Y yo escupo el vino que había tomado. Salpicándome los brazos y
el pantalón.
-¿Lo qué?- pregunto burlón- ¿que te qué…?
-Me enamoré –repite- la conferencia de tu madre, dejá de
cagarte de risa. ¿Qué? ¿No tengo derecho?
-Guarda con el Fierecillo domado- se ríe Ezequiel.
-Bueno, qué se yo contame… ¿imagino que es una de esas
tantas hijas de puta con las que había que ser un Maquiavelo in love?
-No, Agustina, es distinta…
-Ah, Agustina…
-Si, una piba divina, tiene 25 años, una dulzura.
-Ah, una dulzura…
-Sí, la conocí en la Cámara… es la secretaria de prensa de
un diputado de la banca contraria, pero es divina la flaca. No es una belleza
absoluta, pero no sé, me enamoró… tiene esa belleza típica de las mujeres que
enamoran…
-Un bagarto, bah…- dice Mariano más preocupado por el pollo
que por la nueva situación sentimental
de Lucas.
Lucas lo mira seco. Mariano se queda petrificado con el
tenedor a unos centímetros de su boca. “Bueh, perdoná, no quería ofender a la
reina de Inglaterra, che”, protesta. “¡Es que vos también! Te metés con la
futura madre de sus hijos”, tercia Ezequiel. “Ojalá, dice Lucas, ojalá. Ya lo
hemos charlado, inclusive”.
Silencio absoluto.
Hondo silencio. Tensa calma.
-Por ahí nos casamos…
La mesa es una hecatombe. Ezequiel, Mariano y yo cruzamos
frenéticas miradas. Mariano rompe el momento de estupefacción y sentencia:
-¿No estás muy boludo, Lucas?
Lucas, se levanta enojado y responde:
-Pero, por favor, ustedes qué saben del amor…
Nosotros reímos.
Publicado en Revista Bacanal, en el mes de septiembre de 2013.