Ezequiel entra al restaurante con rostro
serio, preocupado, conspirativo, paranoico.
Mira hacia los costados, perseguido. Lucas levanta los ojos, sonríe
malicioso, contesta un mensaje de texto y dice:
-Otra vez se metió en quilombos, el tilingo
este…
Se sienta en la mesa. Nos mira y nos dice.
“Uf, no saben lo que me pasó”. Mariano lo mira divertido. Quizás en términos
sexuales sea el más funcional de los cuatro: está casado desde hace años, se lo
nota feliz, dice que tiene sexo con “cierta regularidad”, que el matrimonio es
un colchón que amortigua los golpes de la vida y que él no tiene ningún reparo
en sacrificar un poco de adrenalina con tal de no sufrir las palizas. Como me
confesó él mismo alguna vez: “Yo renuncié a la Felicidad para poder ser feliz”.
No sé muy bien de qué posters barato lo habrá sacado, pero para Mariano es una
genialidad que repite a todo el que quiera escucharlo.
Lucas, en cambio, es putañero. No le importa
mucho las relaciones con “hondo contenido humano”. Para él la vida es más bien
“tiros y tetas”, o mejor dicho, “operaciones políticas y tetas” y la cosa llega
a la perfección si las tetas son el resultado o parte de alguna opereta
política. Para él el sexo es poder, sometimiento, relajo. Su frase favorita es:
“Las mujeres creen que el semen de un hombre transmite poder, por lo tanto,
cuánto más poderoso sos, más te desean, no importa si sos flaco, gordo, pelado,
viejo o una ameba. Ni siquiera es la guita. Lo importante es el poder”. Su
filosofía cruel está en las antípodas de mi pensamiento. Pero a juzgar por los
resultados comparativos, creo que su postura es más efectiva y menos dolorosa
que la mía. Como se sabe, lo mío es un desastre, algo así como una tempestad
sentimental patética y adolescente.
Ezequiel, en cambio, había logrado toda mi
admiración. Me resultaba sensible y ganador, equilibrado, independiente de las
mujeres pero sin misoginia ni machismos innecesarios. Un dandy, el tipo. Sin
embargo hoy está desconocido, como si se le hubiera caído encima toda la
estantería de su experiencia.
-Es escorpiana- afirma, como si con eso
estuviera todo dicho. Lucas lanza una carcajada y Mariano pone cara de
preocupación. Yo no doy crédito a lo que escucho: un hombre hablando de signos
del zodíaco. Ezequiel insiste, nervioso, como si no hubiéramos entendido nada:
-Y yo soy de Acuario ¿entienden?
-Ni tenemos ganas de entenderte, mamerto- lo
cruza Lucas, que de inmediato toma el celular y hace una llamada despreocupado.
Mariano y yo miramos curiosos.
-Las escorpianas son puro sexo, brutales,
salvajes, insaciables, histéricas, dominantes, manejadoras, perversas,
encantadoras, vuelteras, envolvedoras…
-Toda generalización es un acto de fascismo,
amigo- tercia Lucas risueño sin dejar de hablar por teléfono.
-La conocí en Facebook… Chateamos, vi sus
fotos, bastante fuerte. Nos citamos. Tenía la mirada más profunda que conocí en
mi vida: ojos verdes oscuros. Me sedujo de entrada. Cuando intenté avanzar, me
dijo: “Hoy no, te lo pido ¿Sabés qué pasa? Me está esperando afuera mi marido,
que me trajo. Y no es elegante irme a un hotel con vos ¿no te parece?”
Obviamente, le pregunté qué hacía su marido ahí, y me contestó: “Nada, lo
pesqué con una mina. Y me pidió que lo perdonara. Bueno, lo perdoné, pero ahora
tiene que sufrir lo mismo que sufrí yo por él”.
-¡Una perversa! -exclamó Mariano- ¡Imagino que
la echaste a la mierda!
-Intenté, intenté… -se excusó Ezequiel- Pero
esperá que te sigo contando…
Publicado en Revista Bacanal, en el mes de octubre...
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