martes, 4 de octubre de 2011

¿Somos los hombres histéricos? II


Caminaba por el barrio. Me gusta andar las calles que transitó Leopoldo Marechal en el Adán Buenosayres. Desde Corrientes, tomar Gurruchaga, pasar por la Iglesia del “Cristo de la Mano Arreglada” y luego perderme por Tres Arroyos hacia esas esquinas de casas bajas y atardeceres que recuerdan que hay todavía una ciudad que ya no existe. Pensaba en que se estaba por cumplir un año de mi separación y que aún no se avizoraba en el horizonte la posibilidad de salir del abismo personal en el que me encontraba. Un sinsentido, una desesperanza, una sensación de que ya no tengo mucho más que esperar de la vida, que ya todo pasó, que sólo quedan en mí los fantasmas de una vida. Recuerdos, gente que ya no veo, afectos desaparecidos, una juventud que ha devenido en la presunción de que ya es imposible amar, en el prejuicio de que la felicidad no existe, en esa “segunda inocencia que da en no creer en nada”. Al llegar a Warnes sonó mi celular. Un número desconocido. O al menos que no recordaba. Atiendo y escucho una voz cansina, resquebrajada: “Hola, pibito”. Detengo mi camino. “Alejandra”, balbuceo. “Necesito verte”, suplica. Arreglamos.
Miércoles a la noche. La cita es en M, en el oscuro corazón de San Telmo. Elijo una mesa escondida. Me siento a esperarla. Abro el libro para que el tiempo pase más rápido. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Leo un par de páginas. Me impaciento. Vendrá. Siento que mi corazón palpita. Un ardor se aloja en mi estómago, me tiemblan las piernas, me cuesta respirar, se me seca la boca. Miro el reloj, faltan 7 minutos para la media hora de retraso. Me impaciento, miro el celular. Está muerto. Nadie llama. Nadie. Podría haberme avisado, pienso. Y no dejarme plantado. Abro el libro nuevamente. Ya no puedo leer. Pienso en que al minuto 35 me voy sin esperarla más. Que podría haber tenido la delicadeza de llamarme, al menos, y decirme que me iba a dejar plantado…
Está vestida con un vestido corto, con los hombros descubiertos, medias negras y botas. Lleva el pelo con una cola que nace arriba de la nuca, y un flequillo escalonado hacia un costado. Tiene la cara sin maquillaje, excepto los ojos delineados de negro. Está más flaca. Al verla entrar me doy cuenta de que su belleza me perturba. Es imposible de explicar, pero es como si la conociera de toda la vida, como si yo mismo no hubiera existido antes de haberla visto por primera vez. Sonríe, me da un beso en la comisura de los labios, se detiene a olerme. Se sienta, me mira y resume: “Me equivoqué. Cometí el error de mi vida”. Levanta la vista. Hay algo diferente en Alejandra. Todavía no descubro qué es. Tomo su mano instintivamente y la retiro rápidamente al sentir el metal de su anillo.
Ella empieza a hablar. Está hermosa como siempre. Un poco menos pizpireta, más apagada, entristecida. Hablamos horas y horas. Ella se mueve lentamente. Y mira pocas veces a los ojos. Yo comienzo a darme cuenta de que manejo la situación. De que no es la misma Alejandra que conocí en Praga. Hay algo corrompido en ella. Y es su mirada. Sus ojos demuestran fragilidad, ansiedad, dependencia. Por momentos, me percibo como un animal acorralado. Ella tiene una mirada suplicante, como si anhelara nada más que lo posible.
Terminamos de cenar. Se ofrece a llevarme a mi casa. Conduce bien, segura, canchera. Conduce como es ella. Llegamos a la puerta de casa. Me dice sugerente: “No sabés lo que daría por volver a esa noche de Praga…” Y luego, invita: “Quisiera volver a verte con más tiempo”. Dudo: “Sí, obvio”, respondo. Ella hace un gesto de extrañeza y se acerca para besarme. Siento el gusto de su boca. Bajo la mirada. Alejandra me mira a los ojos y pregunta: “Decime ¿Vos sos histérico, pelotudo o simplemente hijo de puta?”. Intento defenderme. “Bajate, bajate… -ordena- Yo no estoy a punto de arruinar mi vida por un pusilánime”. Me bajo, ella arranca súbitamente. Me quedo parado en la vereda. Sonrío. Siento que vuelvo a estar enamorado de Alejandra como el primer día.

Publicado en la revista Bacanal del mes de octubre.

2 comentarios:

  1. Cómo será pregunto.
    Cómo será tocarte a mi costado.
    Ando de loco por el aire
    que ando que no ando.

    Cómo será acostarme
    en tu país de pechos tan lejano.
    Ando de pobrecristo a tu recuerdo
    clavado, reclavado.
    Será ya como sea.
    Tal vez me estalle el cuerpo todo lo que he esperado.
    Me comerás entonces dulcemente
    Pedazo por pedazo.

    Seré lo que debiera.
    Tu pie. Tu mano.

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  2. La respuesta (al título) instintiva, apresurada, sería SÍ. Pero el personaje masculino se siente atraído por una mujer de determinadas características (le gusta ella justamente por ser ella), cuando "la chica de Praga" abdica de su particularidad, se pierde a sí misma; pierde su atractivo y suena lógico que lo recupere (ante la mirada del personaje masculino) al volver a tomar posesión de sí misma.

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