jueves, 19 de mayo de 2011

El Enzo



Domingo a la noche. Parrilla del barrio de Núñez. Ezequiel se acomoda la remera de entrenamiento de River. Me mira sarcástico:
-A vos algo te pasa. Estás demasiado contento- sentencia.
-Me puso así el golazo de Pavone, qué querés- me excuso.
-Dejálo, tranquilo, al pobre, ya bastante problemas tiene, para que encima lo gastés- dice Lucas, remarcando el “pobre”, como si estuviera haciendo un acto de solidaridad internacional con un bebé de Tanzania.
-No, no, a mí no me engaña. Mi intuición femenina me dice que algo pasó –insiste Ezequiel- ¿De buenas a primeras quiere empezar Karate con nosotros? –chista con la boca y niega con la cabeza- No, no, algo pasó… éste la puso… La pusiste ¿no?
-Mirá si la va a poner… -desafía burlón Lucas, mientras tuitea desde su Blackberry frases de ocasión para el avatar falso de su candidato en las elecciones provinciales.
-Creo que tengo que hacer Karate para empezar un proceso de recuperación de mí mismo, creo que en algún momento me perdí y debo encontrarme. No es nada más que eso…- Intento explicar cuando Lucas interrumpe:
-¡Ves que no la puso! Ya está hablando como Nacha Guevara en Me gusta ser mujer…
Ezequiel se pone serio y sentencia: “Mañana, a las 7, en el gimnasio de Palermo, anotá la dirección”.
Anoto. Terminamos de cenar. La muchachada entusiasta me lleva hasta mi casa. Me bajo y mientras meto la llave en la cerradura, con el gorrito marinero de River puesto y la bufanda colgando, escucho a Ezequiel que grita: “Mañana te cambia, la vida, campeón”.
Entro al departamento. Un olor ácido me pega en la cara como si fuera un toallazo húmedo. Es inconfundible el aroma a orín de gato. Voy al balcón y lo encuentro: es un gato, claro. Gris veteado, común y corriente. Me mira a través del vidrio y maúlla. Es pequeño y no tengo ni la más remota idea de cómo llegó hasta ahí. Abro el ventanal y el tipito se me enreda entre las piernas y maúlla. Trato de sacármelo de encima como quien intenta aventar una maldición. El pequeño insiste, me persigue. Maúlla y maúlla insoportablemente. No sé lo que quiere pero lo quiere ya el muy reventado. Recuerdo que Ezequiel tiene un gato y lo llamo al celular, le cuento y le consulto: “Tiene hambre, obvio. No lo echés. Si fue a tu casa por algo es”, dice entre la expertiz y el esoterismo. “Los gatos perciben…”, comienza a decir, cuando lo interrumpo escéptico:
-Dejá, dejá, Nostradamus, decime qué le doy a la bestia ésta del demonio.
-Si es chiquito, leche…
-No tengo, ¿de dónde saco a esta hora?
-Qué se yo, pedíle a algún vecino, a mí que me decís… Che, te felicito, con el gatito aprobaste el doctorado en homosexualidad… -dice, riéndose y concluye- Mañana las 7 en el gimnasio.
-Se, se- protesto.
El tipito maúlla incesantemente. Lo levanto y se calma. Lo acaricio y hace ruido como si tuviera un motor adentro. Me doy cuenta de qué no tengo ni idea de quiénes son mis vecinos. Salgo al pasillo con el gato en los brazos. Toco dos timbres y nada. Al tercero, una voz femenina pregunta: “¿Quién es?”. Dudo: “Sí… Perdón… yo, el vecino del B, disculpe, ¿no tendría un poco de leche?”. Mira por la mirilla y abre la puerta divertida: Tendrá unos 25 años, es de mediana estatura, flaca, de pelo castaño enrulado, dos pequitas en la mejilla izquierda, sonríe burlona y se enternece por la bestia del demonio.
-Ay, pero no te puedo creer lo que es ese gatito, es tuyo, pero qué lindó, cómo se llama- dice todo de corrido…
Y yo que hasta ese momento no sabía ni que hacer con ese animal del demonio, me di cuenta, a juzgar por los ojos querendones de la piba, que el “gatito” tenía su encanto también… “Sí, sí, es mío”, balbucee”.
-¿Cómo se llama?- pregunta interesada.
Y yo, que podría haber sacado nombres pomposos como Cicerón, o Alejandro, Dostoievski o Kelsen, eché mano al único que me vino a la mente: “¿Quién, éste? El Enzo”, dije y El Enzo maulló aprobando. “Claro, sos de River como yo”, dijo ella, señalando con sus cejas el gorrito marinero que todavía no me había sacado. Con el tazón de leche en la mano, me dice: “Soy Irina, un gusto”. Le doy mi nombre y un beso. Vuelvo a mi depto, y miro al Enzo. ¿Se acabó mi soledad absoluta? ¿Puede ser que el animal éste del demonio me haya traído suerte?
Mientras él toma la leche, suena el timbre. Dos veces.

Publicado en Revista Bacanal, mes de mayo.

3 comentarios:

  1. Hernán, mi nombre es Emiliano Vidal, estuve en la charla del miércoles pasado en la Agrupación Dorrego, y te queria dejar una crónica de ese día, publicada en la página de mi viejo, Armando. Abrazo grande

    http://armandovidal.com/administracion/index.php

    ResponderEliminar
  2. Buscabas una mujer y te encontraste con el amigo de tu vida, el Enzo.

    ResponderEliminar
  3. Hermoso, tierno, muy muy real y, a la vez, soñado que a alguien le suceda...
    Amo a los gatos y el Enzo es lo más !!
    En mi blog, la primera entrada (en Mayo del 2009) fue la poesía que Borges le escribió ''A un gato'' :)

    ResponderEliminar