miércoles, 22 de junio de 2011

El Gran Macho Metafísico





Nada mejor para decir verdades que andar con la autoestima por el suelo. Domingo a la tarde-noche. Departamento ensombrecido. “La vida es así”, dice lacónico e impreciso Lucas. Ezequiel llama por celular a alguna alumna de su taller de periodismo: “Nada mejor que una nena de 20 años para olvidarse de este superclásico”. Mariano sostiene que “si vamos a comprar empanadas que no sean de cualquier lugar”, que el quiere “comer empanadas en serio”. Y yo, para ahondar más mi depresión cambió las piedritas sucias del nuevo integrante de la cofradía riverplatense, o sea, la bestia del demonio. “Che, el gatito este no será yeta ¿no?”, dice Lucas. El Enzo lo mira con cara de retobado y sin mediar palabra, le tira un zarpazo, maúlla cortito y se mete debajo del sillón esperando el contraataque del enemigo. Mariano, lo mira a Ezequiel y lo interpela: “¿Llamás a cualquiera?”. Con displicencia, el editor de Cultura contesta: “Alguna tiene que estar libre… ¿o no? ¿vos qué harías?”
Día de egos caídos.
Mariano dice resignado: “Yo qué sé…” y genera un momento de incertidumbre. Lucas intercede: “Cuando era pibe, creía que uno debía acostarte con todo lo que pudiera, ahora no estoy tan seguro. Debe ser la vejez, que ya empezás a cuidar los cartuchos, no sé”. Ezequiel sonríe. Me mira y me aconseja: “Uy, vos que recién empezás no les hagás caso, no los escuchés, haceme caso a mí. Hay que ir por todas o si te gusta por todos, pero seleccionar es de poco hombre, che”. Me encojo de hombros, pongo cara de no sé, enarcando las cejas y llevando las comisuras de los labios hacia abajo. “Bueh… vos estás con estos dos”. Lucas se repone rápidamente: “Es cierto muchachos, dejémonos de joder. Hay que ponerla a diestra y siniestra. Está en nuestra naturaleza de cazadores”. Mariano me mira, como quien abandona a un amigo en la desgracia y con una risita de genuflexión susurra: “Obvio, obvio”. Todos asienten y nuevamente se instala la seguridad en el grupo: Ya está, ya somos todos machos de nuevo, ya estamos dispuestos a ponerla en cualquier lado.
Menos yo, claro, que si no hubiera sido por Alejandra, ya llevaría cerca de dos años sin probar el cuerpo de una mujer.
Lucas enciende el DVD y pone la cuarta temporada de los Tudor: “Aprendan de política”, dice. Nos sentamos en los sillones frente a la televisión y comienzo a pensar en la conversación de recién. Es curioso. Nunca me había dado cuenta hasta ahora de la tiranía a la que somos sometidos los hombres. Todos llevamos grabados a fuego el imperativo categórico que reza: Actúa con las mujeres de tal forma que el Gran Macho Metafísico no pueda actuar con vos de la misma forma que tú actúas con ellas. Es decir, todos los hombres estamos sometidos a la voluntad del Gran Macho Metafísico (GMM), obligados a ponerla sí o sí a quien sea siempre o caso contrario correr el riesgo de ser sometido por el GMM que nos está vigilando y fiscalizando el nivel de hombría que uno tiene.
¿Tenemos derecho los tipos heterosexuales a acostarnos sólo con aquellas mujeres con que queramos? ¿o tenemos que hacerlo con todas sí o sí? ¿Por qué las mujeres no soportan que los hombres les digamos que no cuando nosotros recibimos negativas y desprecios casi todos los santos días? ¿Por qué las mujeres se sienten convocadas y atraídas por aquellos que la ponen a diestra y siniestra y no por aquellos que sólo la ponen donde quieren ponerla?
Mientras los demás miraban la serie yo pensaba en algo que alguna vez alguien tenía que decir: ¿Saben por qué muchachas somos tan desaquerenciados muchas veces con ustedes? Sencillamente, porque no las queremos, pero no les podemos decir que no. No nos gustan, pero estamos obligados a ponérsela. ¿Por qué no somos claros? Sencillo, porque tememos que se entere el GMM y vaya comentando por allí a quien quiera escuchar que nos falta hombría, porque tenemos miedo de que ustedes nos acusen ante el GMM. Ya está, lo dije. Nadie se los va a decir tan clarito.
La muchachada entusiasta comenta sobre lo buena que está una de las actrices. Y mientras yo continúo con mis disquisiciones suena el timbre. Abro la puerta. Es Irina, mi vecinita, vestida con la camiseta de River. “Pensé que podrías estar triste”, dice con un principio de pucherito. De fondo se escucha un “yo sabía, ¿no les dije, no les dije que éste andaba con algo?” pronunciado por Ezequiel. Miro los ojos envidadores de la piba y les anuncio a los muchachos: “Che, vengo en un rato”. Me miran con sorna y, finalmente, me entregan el carnet: “Grande, Macho”.

Publicado en Revista Bacanal, en el número de Junio.