lunes, 5 de septiembre de 2011
¿Somos los hombres histéricos? I
Domingo 22 horas. Irina me mira mientras pone la pizza a recalentar. Frunce el ceño y sostiene como si nada:
-Mis viejos me preguntan qué hago yo con un tipo de 40 años, un fracasado como dicen ellos, y dicen que yo debería estar con un chico de mi edad…
-Bueno, Irina, explicáles que solo hablamos unas cuantas veces, que tenemos una buena relación, que sólo somos buenos vecinos; y que si bien 15 años de diferencia es bastante, tampoco impide que seamos amigos…
-¿Vos sos tonto o te hacés? Yo no tengo 25, tengo 19…
-…
-Y, además, obvio que sólo somos buenos vecinos ¿a quién se le ocurre que a mí me pueda gustar un viejo como vos? –pregunta y busca complicidad, sin saber que acaba de herir de muerte toda mi hombría-. Ya soy grande, no tengo que explicarles nada a ellos…
Lo dijo categórica, seca, cortante. Yo atiné a decir con cara de boludo y sonrisa falsa:
-Claro, je, a quién se le puede ocurrir que vos y yo… jajaja…
Sirvió la pizza y cenamos por tercera vez juntos. Yo, el viejo fracasado que no le puede gustar a una chica como ella, y ella, la mujer de 25 que resultó siendo una nena de 19. No sé por qué pero mientras ella hablaba como un cascabelito, yo notaba que el mechón de cabellos sobre la frente se me encanecía cada vez más, que la piel de las manos se me agrietaba con cada segundo que pasaba y que el cinturón estaba a punto de ahorcarme por los kilos de más que llevaba encima. “Claro, qué boludo, como iba a pensar que ella, claro, qué boludo”, repetía yo en mi cabeza como si se tratara de un mantra.
Cuando ella levantaba los platos y se hacía la hora de irme, me miró y me arrojó con desdén: “Igual, vos sos un poquitín histérico ¿no?”. Balbucee un “¿p-p-por?”. Ella sonrío maliciosa y concluyó: “No sé, toda esa cosa de hacerte el yorsh cluni frente a tus amigos, tus miraditas, esas cosas, y nunca avanzar, es medio de histérico, ¿no?
Lunes 8.15 de la mañana. Vestuario del gimnasio de Palermo que eligió Ezequiel. “Al fin te decidiste, queriiiiiido”. Sonrío con una mueca de pudor. Lucas me palmea la espalda sobrador. Y Mariano, se pone en cuclillas, me coloca la mano en el hombro y me alienta: “Vamos, loco, con esto vas a volver a ser el que siempre fuiste, hermano”. Los tres visten la camiseta rosa con vivos negros del equipo italiano Palermo, pantalones blancos de Tae-Kwon-Do y protectores en los pies. Suben las escaleras rumbo al Tatami y los sigo resoplando como un Ford, mientras me pregunto ¿cuál habré sido yo siempre? Después de unas escaleras interminables, por fin llegamos al salón. Nos espera Matías, con protectores hasta los dientes. Empezamos con los trabajos de precalentamiento. A los 15 minutos, Matías me mira y me ordena: “No me importa tanto el sobrepeso sino lo que llevés adentro, ponete los protectores”. Se para frente a mí y me lanza un golpe. Me pega en la cabeza, no reacciono. Una patada en el estómago, no reacciono. Dos trompadas en el pecho, no reacciono. “Te falta sangre, macho”, me dice y antes de arrojar una patada de costado, siento que me estalla la frente. Lo empujo y le empiezo a tirar trompadas a ciegas como si fuera un toro embravecido. Nos separan y yo estoy colorado con las pulsaciones a mil. Juro que me siento liberado. Juro que me siento otro. Juro que me siento yo. En el bar del gimnasio, Mariano me dijo: “Viste, yo sabía. Me hiciste acordar a cuando lo agarraste a Tomatito en el barrio”. Y me palmea la nuca.
Pasan unos minutos. Del TKD pasamos al fútbol, del fútbol a la política, la emprendemos con Julio Grondona y Sergio Pezzotta por mandar a River a la B y, finalmente, Ezequiel nos recuerda para qué estamos sobre la tierra. “Buenas minas en el gimnasio, eh”, sentencia. Revisamos el álbum de compañeritas del club hasta que lo miro, me le acerco y le pregunto: “Che, Ezequiel, ¿vos pensás que los hombres podemos ser histéricos?”. El me mirá y sonríe: “Obvio, yo soy súper histérico. Pero para saber serlo hay que tener en claro qué es lo que queremos esconder”. Le hago una mueca de interrogación levantando las cejas y la pera y el concluye: “Sólo los hombres sensibles somos histéricos, y es eso lo que ocultamos”.
Publicado en Revista Bacanal, en el mes de Septiembre de 2011.
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