jueves, 4 de agosto de 2011
Les Feuilles Mortes
Hernán Brienza
¿Por qué me entristece tanto que una muchacha de veintipico de años con la cuál estuve un par de veces en mi vida esté entrando en este mismo momento en una iglesia para casarse con su marido? Reconozco que un hombre maduro, de mi edad, con un matrimonio fracasado a cuestas, con un par de hijos, con amores pasados y olvidados, no debería andar melancoleando por una mocosa que conoció en una ciudad mágica como Praga y con la cuál sólo tuvo una noche de amor. Admito que debería sufrir más por los 17 años tirados a la basura de un día al otro por la flaca que por el fantasma de Alejandra; sin embargo estoy aquí, en el sillón del living tomándome todo el ron cubano añejo que trajimos de la isla en el último viaje que hicimos con la Flaca y viendo en Youtube videos “cortavenosos” de Jacques Brell, Yves Montand, Edith Piaff y Charles Aznavour.
¿Tiene derecho un hombre a pedir que no lo dejen de la manera indigna en que lo hace Brell sin perder su hombría? Tenía razón la Piaff cuando dijo que Ne me quites pas “era un canción que los hombres no deberían cantar”. Intento proyectar la tristeza en la flaca, pero lo siento forzado. Surge la melancolía de nuestra historia, la nostalgia por aquellas tardes de bienestar, por las noches apasionadas en que vencíamos el miedo a la muerta, por las mañanas de sábado con los chicos en la cama que asumían con entereza la cursilería familiar. Pero no surge la tristeza por ella. O al menos hoy. No es el odio, no es la indeferencia, no es el olvido la contracara del amor. El peor sentimiento es el del desamor, esa languidez, esas ganas de nada, ese amor que se fue deshaciendo con el paso de los años, que se ha dejado robar por el correr de los días. Montand canta la canción de amor más triste del mundo con letra de Jacques Prevert: “Tu me amabas y yo te amaba/ y ambos vivimos juntos./ Tu me amabas y yo te amaba./ Pero la vida separa a aquellos que se aman,/ suavemente, sin hacer ruido,/ y el mar borra de la arena/ las pisadas de los amantes separados… Las hojas secas se amontonan en el rastrillo/ como lo hacen los recuerdos y lamentos,/ pero mi amor, silencioso y fiel,/ siempre sonríe y está agradecido de por vida./ Te ame tanto, eras tan bella/ ¿cómo quieres que te olvide?/ En aquellos momentos la vida era más bella / y el sol brillaba más que ahora. / Tu eras mi dulce amiga. / Pero yo solo me he lamentado. / Y la canción que solías cantar,/ siempre, siempre la escucho”. Y allí está todo. No existe ni el rencor como tabla donde aferrarnos para salvar el amor. Solo la tibieza del recuerdo de un tiempo que, sabemos, ya no volverá. El terrible “hoy vas a entrar en mi pasado”, el temible “frío del último encuentro”, el “fue tan distinto nuestro amor que duele comprobar que todo terminó”. Y ni siquiera es eso. Es el abandono. Es la certeza de saber que uno ha dejado de amar aquello que siempre amó. Es el vacío. La nada misma. La conclusión más terrible que puede tener un hombre o una mujer: El de saber que ya no ama a quien amó y que duda que alguna vez pueda amar a otra persona. ¿Pero entonces por qué esta tristeza por Alejandra, por esa muchachita de Praga, por la hermosa mujer que le gustaba hacer el amor escuchando el adagietto de Mahler? Simplemente, porque uno se enamora de las promesas, las posibilidades, las esperanzas.
El Enzo se sobresalta con el ringstone del celular. Nunca lo convenció la marchita del “más grande sigue siendo riverplei”. La palabra “número desconocido” aparece en la pantalla, debajo del reloj que marca las tres de la mañana. No se escucha un hola, sino una música lejana. Repito dos o tres veces el saludo. Del otro lado del auricular, su voz entrecortada, quebrada, me dice: “Quiero que sepas, pibito, que estoy segura de haberme equivocado”. Intento retenerla un poco más, pero ella corta. Estoy seguro de estaba llorando. Un sentimiento egoísta cruza mi alma. Estoy salvado: la certeza de que encontré la promesa incumplible que necesitaba para mantenerme vivo.
Publicado en la Revista Bacanal en el número de agosto de 2011
Acá tenés un video cortavenoso de Las hojas muertas:
http://www.youtube.com/watch?v=QDuJcueeb7w&feature=related
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hernan, querido, no sé si esto es una ficción o un relato personal. pero si es esto último, va mi abrazo fuerte y el absoluto convencimiento de que el ron cubano añejo es la mejor forma de pasar estos tragos.
ResponderEliminarno hay mal que dure 100 años ni mujer que lo merezca. se lo digo yo que me encuentro bajando mi botella por una.
va abrazo
Siempre es un placer leerlo, Brienza!!! Y más cuando una se identifica en las historias de otro...
ResponderEliminarYo en lugar de ron me tomo una exquisita mistela cafayateña...
ResponderEliminarUn abrazo Hernán. Como siempre, un placer leerte.
Espero verte pronto en Salta
Hernán: ¿por que tan hermanados? Si no pertenecemos a la misma generación... ¿será que yo estoy volviendo - aunque nunca me fuí como Troilo - o vos has saltado etapas?
ResponderEliminarVaya mi mejor abrazo cumpa y militante,
Aníbal
PD: fantástico el video del compañero Montand
Muchas gracias por cada escrito, es un placer leerte. Suerte en la búsqueda, y de nuevo gracias por darnos una mano a todos en las búsquedas personales y colectivas.
ResponderEliminarUn abrazo, Camilo. Agrup.John William Cooke Moreno
Es tan sentido tu escrito, tan vívido tu sueño. La nostalgia de lo que no fue, como se suele decir. Gracias por "La chica de Praga" (aunque tengo esperanzas que aún no haya sido dicha la última palabra).
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